Mi Hermana, Mi Trusa (My Sister, My Briefs)

by: malom_shlasters | Complete Story | Last updated Sep 22, 2014


Chapter 5
Sábado (Parte 2)


Chapter Description: My sister gets a hard day with Timmy.


Al cabo de unos minutos, Timmy se recuperó del duro golpe. Sorbió los mocos, aún afectado por la dura experiencia, y se puso de pie caminando a tropezones.

Atardecía, y la plaza estaba vacía. Griselda se sentía aún también aún algo sensible del golpe. Tuvo que contentarse con escuchar los gimoteos de aquel malcriado niño, que se había buscado el duro castigo. Aunque compartía su dolor, en cuanto a él, no sabía si sentir lástima o satisfacción de que al menos hubiera recibido su merecido.

Trastabillando, Timmy se acercó al sitio donde estaba su pelota. Y un ruido de agua y la sensación de pisar suelo hundido le llegó a Griselda.

“Debe estar metiéndose en el charco”, pensó mi hermana, arrugando la nariz. “Sólo espero que...”

Sus esperanzas se rompieron exactamente en ese mismo instante, al sentir que una marea de agua fangosa ascendía hasta la cadera del muchacho, cubriéndola del cenagoso líquido por completo.

“¡¡¡IUUUU!!!”, se asqueó Griselda, repentinamente sumergida hasta el pecho en el pantano. “¡Espera...!”, rectificó en ese instante.

Mi hermana apenas se dio cuenta de que ¡No podía respirar!

“¡¡GLUB!!”, pensó Gris, sorprendida, al sentir el agua subiéndole por la nariz. “¡¿QUÉ RAYOS?!”

Timmy se habría metido de lleno al charco, y ahora caminaba buscando su pelota.

“¡¡ESPERA!! ¡¡ESPERA!!”, se dijo Gris, conteniendo a duras penas la respiración.

Aparentemente al niño no le importaba en absoluto que sus zapatos y calcetines, ni siquiera su ropa interior, quedaban completamente empapadas y llenas de lodo. ¡Pero Griselda no aguantaría más!

“¡¡MMMRRRGHHH!!”, chilló, sintiendo que se ahogaría en cualquier instante, aún si eso según las leyes físicas fuera imposible.

En ese instante, Timmy se agachó, y Griselda alcanzó a escuchar cómo recogía su balón, que salió de abajo del agua con un chapoteo. Y justo a tiempo, emprendió el camino fuera de la lodosa ciénaga.

“¡¡UAAAHHH!!”, respiró mi hermana, con la cabeza dando vueltas por la falta de oxígeno.

Conforme salía del agua, la ropa del niño empezó a chorrear agua a borbotones. Griselda sintió que se libraba de una espantosa y fangosa ducha, pero aún así sentía cubierta de suciedad. Todo su cuerpo estaba empapado de agua puerca, tierra mugrosa, fragmentos vegetales y otras basuras.

“¡¡YUUUCK!!”, se dijo mi hermana. “¡Ahora entiendo por qué su madre lo acusaba de sucio!”.

Pensó que no le había podido tocar peor suerte que ese horrible mozalbete. Con un suspiro, recordó:

“¿Por qué a mí...?”, y rememoró toda su odisea, desde el comienzo.

“Debes sentir más respeto por la ropa interior ajena”, acudí, en forma de recuerdo, a su mente. “No tienes idea de lo que una trusa puede sentir durante toda una aventura. Es por eso que los hombres honramos tanto nuestros calzoncillos, y no los prestamos a cualquiera. Aprende eso, y recuérdalo bien la próxima vez que tomes sin permiso mi ropa interior”.

Con el cabello mojado y pegajoso de inmundicia, Griselda bufó, incapaz de reconocer su error, en su inmadurez. Sonreí por dentro; tenía aún varias sorpresas preparadas para ella.

Aún agotado, y más fastidiado que nunca, el niño rufián de Timmy fue a tenderse al sol, esperando que su ropa se secara, mientras pensaba quién sabe qué inmadureces. Para tratar de completar la lección de mi hermana, le ofrecí un canal telepático, para que compartiera por un instante las reflexiones de Timmy:

“¡Esos malditos!”, pensó el niño, lleno de enojo por dentro. “¡Me tienen tanta envidia que nunca me pasan la pelota! ¡Si yo la tengo es porque soy mejor con ellos, yo soy el que debe anotar! ¡Deberían adorarme por ser el mejor jugador, yo sólo podría hacer el trabajo de todo el equipo, son un estorbo! ¿Y qué hay de mi mamá? ¡Ja! ¡Dice que soy un sucio, qué fastidio! No necesito que me cuide, para nada, yo estoy bien así como estoy...”

A Griselda casi le dan ganas de darse de topes contra un muro. ¿En verdad ere ese el niño del que antes se había sentido atraída? ¡Era un completo estúpido, y un inmaduro! Le daban ganas de jalarlo de las orejas, de darle un zape, de...

“No todos los chicos que conoces en la vida son lo que parecen”, le concluí, a modo de moraleja. “Aunque, no sé por qué, su modo de pensar me recuerda a alguien...”

Griselda se sintió contrariada de repente, y sin palabras. Tartamudeó, al parecer entendiendo a quién me refería. Egoísta, holgazana, atenida y despreciativa... ¿No recordaba bastante a ella misma la actitud de Timmy?

Pero del mismo modo que ese mimado y petulante niño, Gris no fue capaz de admitirlo.

“¡Teo, todo es culpa tuya!”, reclamó, iracunda. “¡¡Si no me hubieras hecho... ESTO... Ahora no estaría!!”

Suspiré, previendo lo que sentía. Sabía que era demasiado malcriada para aprenderlo de una vez. Estaba desaprovechando totalmente la oportunidad que le daba. Por suerte, aún le quedarían muchas. Tantas como fueran necesarias...

Rencorosa y ardida, Griselda esperó una hora junto a Timmy bajo el sol, sintiendo el agua evaporarse de su cuerpo. El chico se había quitado los calcetines y los zapatos, y los había botado por ahí, sin importarle nada.

Pero no quería decir que tuviera interés por estar limpio. Lo único que buscaba era secarse, y aunque el agua se hubiera desvanecido, sus pies seguían trazados de hojas secas pegadas, costras de mugre y alguna otra cosa más. Del mismo modo, Griselda sintió su cuerpo de algodón cubierto de bacterias, tierra pegajosa y toda clase de inmundicias.

Por fin, sintiendo que le acuciaba el hambre, Timmy despegó. Debían ser como las cuatro de la tarde, y el chico ni siquiera se había preocupado por ir a avisar a casa. En vez de eso, caminó al otro lado de la plaza, y sacó de su bolsillo un par de arrugados billetes para pagar unos cuantos paquetes de comida chatarra.

- ¡Ñam! ¡Mmmh! – decía el mugroso chamaco, comiendo unas frituras con chile, gaseosa y unos grasosos panqués de azúcar.

Su manera de comer era ruidosa y grosera. Por todos lados se llenaba de polvo de queso y migas de pan. Varios regueros de soda y manchas de salsa terminaron en su ropa. Incluso un largo chorro de queso pegajoso cayó desde su camiseta y atravesó el short, metiéndosele hasta los calzones.

“¡DIOS...!”, se lamentó Griselda, sintiendo cómo el grasoso queso amarillo cubría lo que sería su cabello. “¡... Alguien mande a la regadera a este chico, POR FAVOR!!”, imploró, totalmente exasperada de pasar tanto tiempo en posesión de un niño tan sucio.

Al terminar, Timmy se sacudió las manos -¿dónde más? – sobre los shorts, llenando de migajitas de papas y pan el pelo de mi hermana. Arrojó los empaques al césped, y luego emprendió una rápida marcha a pie descalzo y mugroso.

“¡¡PPFFFT!!”, escuchó Griselda en su oído, de repente.

“¡¡NOOOOUUHHH!!”, se revolvió Griselda, disgustada a más no poder, al escuchar la pestilente flatulencia salir del trasero de Timmy, llenando todo el espacio entre ella y la piel de sus partes íntimas.

El estómago del chico, irritado por salsas de chamoy, sodas y toda clase de comida basura, producía un gas espeso, ácido y muy concentrado.

“¡¡DIOS MÍO, NO!!”, exclamó Griselda, tapándose la nariz con ambas manos (mentalmente).

Pero era completamente inútil. El gas era tan fuerte que se quedaba impregnado en su cuerpo de algodón, rodeando por completo su cuerpo y ascendiendo de forma directa hasta la nariz. “¡YAAAA HA HAAA...!”, chilló mi hermana, haciendo un berrinche e incapaz de soportar su condición de trusa.

Escuchó de pronto que una puerta se abría, y se cerraba. Y de pronto se encontró con una bocanada de aire.

“¿Eh?”, se preguntó Griselda, al sentirse libre de la presión del short sobre ella, y alejada de las partes de Timmy.

Subió la mirada, para observar sobre ella los muslos de Timmy, y una pequeña parte de su pito sobresaliendo de una taza de porcelana.

Timmy estaría de seguro en un baño público; se había bajado los shorts y los calzones, y sentado en la taza.

“Espero que esto sea un poco mejor...”, se dijo Griselda, antes de encontrarse contrariada al percibir el nauseabundo olor del baño.

Volvió a mirar hacia arriba. La manita de Timmy (completamente sucia), dirigía su pene hacia la taza, y comenzó a escuchar cómo un chorro constante empezaba a caer en el agua del W.C.

“Sniff—“, volvió la chica-trusa a fruncir la nariz, oliendo el aroma ácido de los meados del chiquillo.

Volvió a entornar los ojos, tratando de disimular, en lo que pasaba completa la visita.

“Al menos espero, que sólo vuelvas a hacer del...”, pensó, de forma demasiado optimista. Pero entonces, recordó que los niños se sentaban en la taza cuando...

Sus pensamientos se revelaron totalmente falsos, cuando, como una cremallera que se abría, del trasero del Timmy comenzó a una vez más el atronador ruido:

“PPRRTTTT!!”

... Que le hizo a mi hermana sentir un vacío en el estómago.

“¡No vuelvas a hacer eso! ¡No vuelvas a hacer eso!”, rogó Griselda, las manos en posición de oración, incapaz de soportar otro más de los pedos del mocoso.

Pero la nube descendió rápidamente hasta su nariz, y tuvo que respirarlo luego de aguantar la respiración lo más que pudo. Más aún, siendo una trusa estaba a la altura de los tobillos descalzos del chico; su cuerpo estaba prácticamente tirado sobre el sucio suelo del baño público.

“¡KKKRRGGHHH!”, dijo con un apretujar de dientes, sintiendo su entrepierna y su trasero rozar contra las mugrosas losas del suelo.

La sensación no podía resultar más asquerosa para ella.

“¡Por Dios... Sólo espero que esto no me haya provocar una enfermedad!”, gritó, nerviosa y aterrada por la cantidad de gérmenes en esos azulejos sobre los que quién sabe qué tantas cosas estarían pegadas, y por los que tanta gente caminaba a diario.

Yo sabía que estaría bien de salud... Pero, riéndome nuevamente, decidí ocultárselo a modo de travesura. Para hacerle más interesante la experiencia.

Tras tortuosos minutos y ser casi ametrallada por las flatulencias del niño, Griselda sintió que la tiraban por brazos y piernas, y por fin miró que Timmy volvía a pararse en el suelo.

“¡Oh, al fin!”, se dijo. “Ahora sólo va a limpiarse y...”

Pero sus expectativas fueron contradichas cuando al parecer justo cuando terminó de levantarse, ¡Timmy levantó con fuerza a Griselda, y se la ajustó a la cadera!

La primera sensación que mi hermana recibió fue la de dos o tres gotas gruesas de orina pegándosele justo en la cara.

“¡¿¡¿QUÉEE?!?!”, se preguntó Griselda, alarmada, al enterarse del descuido de Timmy, que ni siquiera había intentando limpiarse.

El niño salió muy orondo del baño, sin siquiera lavarse las manos, y Griselda deseó poder pegarse a las paredes de sus shorts, para no entrar en contacto con el sucio trasero de su dueño.

“¡Esto es IMPOSIBLE!”, se escandalizó Griselda, quien hacía unos minutos pensaba que la situación no podía ser peor. “¡¿En qué mente cabe?!”

¡A Timmy al parecer ni le había pasado por la cabeza limpiarse! Y ahora caminaba como si nada, con la tela trasera de su trusa amenazando en cualquier instante con pegarse dentro de la sucia abertura entre sus nalgas.

“¡Por favor no – por favor no – Por favor no...!”, rogaba mi hermanita, pasando saliva y cerrando los “ojos”, sintiéndose cada vez más cerca del lugar de inmundicia.

Y eventualmente, ocurrió:

“¡SPLUSH!”

“¡¡Yuuuck!!”

Me sonreí por dentro. Ya mi propia hermana me había puesto en similares situaciones con su desaseo. No era cosa de todos los días tal vez, pero en ocasiones dejaba el baño hecho un asco, y en otras era toda una serie de desagradables sorpresas intentar asear su cuarto. Quizás no estuviera al nivel de lo que ahora vivía, pero me parecía bien que ahora tuviera un punto de comparación.

En el parque, se ponía el ocaso. Timmy se había ido a jugar solo con el balón, tratando de hacer canastas. Era bastante mala.

Debajo de sus pantalones, mi hermana, completamente sudada, sucia y orinada, contaba los segundos para que Timmy se fuera a casa y volviera a entrar a la lavadora. De preferencia, que se llevara una reprimenda también.

A cada paso que el niñito daba, a cada movimiento que hacía, la cara de Griselda se frotaba con los restos viscosos de caca que lubricaban el interior de las nalgas del chico. De tallón en tallón, Griselda sentía el excremento, bastante líquido, cubriendo su cara como una mascarilla, y aunque el olor era nauseabundo, a fuerza de aguante y de respirar sólo de vez en vez, casi podría decirse que se había acostumbrado.

“Nada puede ser peor que esto...”, se dijo estoicamente, aguardando una esperanza.

Timmy debía tener los interiores del culo ya rosados de tanto tallarse, pero al parecer nada le molestaba. Probablemente ya estaba acostumbrada a esa precaria condición de aseo personal, si era posible llamarle de esa forma.

Griselda solamente espera que pronto se fuera a casa, donde quizás sería obligado a asearse, o cuando menos a cambiarse. Unos minutos pasaron, y el chamaco pareció cansarse por fin. Se sentó un rato, sus nalgas abiertas frente a la cara de mi trusa-hermana, quien ya tenía todo el rostro embarrado de suciedades fecales. Y al fin, de un salto Timmy se levantó, y abandonó la cancha, enfilando en dirección a su casa.

Griselda suspiró, sabiendo que esto había terminado, al menos por ese día...

“Me pregunto en qué trusa me convertiré mañana”, se cuestionó Griselda, ya más relajada.

En eso pensaba, mientras Timmy se dirigía hacia la entrada del parque, el sol ocultándose en el horizonte, para volver a su hogar.

Pero en eso, un par de figuras se divisaron frente al portal. Griselda las reconoció pronto. Eran más altas, sin duda mayores que Timmy, mejor formadas, y por su forma de vestir, claramente femeninas.

“No quiero ni pensarlo”, se dijo Griselda, imaginando el encuentro del niño cochino con esas chicas. Tenía malos recuerdos con que se identificaba, siendo ella una niña, de compañeros verdaderamente sucios a los que era un suplicio soportar. “Por favor, Timmy, sólo vete a casa... No hagas nada estúpido...”

Pero sabía que Timmy era un verdadero patán. Probablemente nada pudiera detenerlo de cometer otro error con esas chicas. Las dos niñas se quedaron de pie, como esperando, con los brazos cruzados y las piernas separadas, como esperando que Timmy se les acercara. Conforme llegaban, pudo distinguirlas con más detalle, bajo la luz naranja del ocaso.

Eran un par de chicas púberes; a la más alta le calculaba unos 12 años, llevaba el pelo lacio y castaño, traía puestos unos jeans y un top morado, cubierto con una chaqueta café de cuero, así como zapatillas que parecían ya de una chica mayor; la más bajita tendría unos 10 ó cuando menos 9 y medio, llevaba un vestido muy lindo, femenino e infantil, el cabello, también castaño recogido en cola de caballo con un muy mono moño coronando su cabeza, y de igual modo tenía zapatillas rojas, con moñitos y unos calcetines con encaje.

Las dos preciosas y muy pulcras y limpias. Por la forma de verlo, seguramente ya conocían a Timmy. ¿Serían sus vecinas?

Conforme se acercaba, el cuerpo del niño comenzaba a tensarse más, Griselda sintió la respiración del chico acelerarse, al tiempo que intentaba lucir relajado.

“Oh, no, aquí vamos...”, se lamentó mi hermana, sabiendo que intentaría hablarles.

- Hey, nenas...-, gritó desde la distancia Timmy, abriendo los brazos en un gesto y tono de voz por demás forzados. Como alguien que intenta a toda costa ser cool, pero no lo logra. - Acabo de venir de una serie de juegos de basquetbol, adivinen cuántos anoté...

Griselda sintió que se la tragaba la tierra. Nada más que un patético idiota y mentiroso, de alguna forma tratando de impresionar a dos niñas ampliamente superiores.

Las chicas sonrieron levemente, con los brazos cruzados aún, y le aventaron una mirada de que no estaban impresionado.

- Ninguno, y te volvieron a sacar del equipo...-, dijo la hermana mayor, con seguridad y una clara sonrisa.

Timmy frunció el ceño, claramente irritado.

- ¡Hey...!-, gruñó, poniéndose rojo y adelantándose casi amenazante. - ¡¿Y tú qué crees que sabes?!

Pero la chica mayor no se intimidó, y sólo siguió hablando, tratando de contener la risa:

- Lo que Cameron y sus amigos me dijeron, mentecato-, lo injurió. - Que eres el mismo gordo perdedor de siempre y nunca aprendes la lección.

Timmy se paró en seco, contrariado, su estúpido orgullo herido. La hermana menor soltó unas risitas burlándose, y se ocultó detrás de la pierna de su hermana, abrazándola, quien con un gesto maternal le rodeó el hombro con su brazo.

- Ahora, si te haces a un lado, bola de grasa apestosa-, anunció la menor, dando pasos al frente y empujando con el dorso del brazo a Timmy. - Kimberley y yo vamos a la plaza a reunirnos con los chicos... Y más te vale no estar ahí cuando lleguen, porque te patearán el trasero.

Claramente era ella una Alpha, supo Griselda. Al pasar ella por un lado, incluso pudo sentir la frescura de una hembra recién bañada, con un suave perfume que seguramente la volvería irresistible para cualquier chico de su edad. Sin duda, Timmy no tendría la hombría para siquiera limpiarle la suela de las zapatillas con la lengua.

Y al parecer, Timmy comenzaba a darse cuenta de eso también. Ella estaba mil niveles por encima de él, y lo conocía a la perfección. Timmy no era más que eso: un perdedor, un mentecato, una bola de grasa apestosa (¡Y si sabía esto Griselda) sin ninguna posibilidad de salvación. Pero su mente no quería aceptarlo. Por lo que, con frustración, se puso al rojo vivo, mientras su respiración se aceleraba y todos sus músculos se tensaban.

“Oh, no no no no no...”, temió Griselda. “Timmy, por favor, no hagas algo estúpido...”, se dijo, sabiendo que algo terrible pasaría.

- ¡¿Ah, sí?! – se dio la vuelta Timmy, gritando completamente exasperado. - ¡Pues tomen esto!

El gordo brazo del chamaquito alzó con fuerza su balón de básquet (completamente sucio de lodo, mugre, excremento y quién sabe cuánto más), y amenazó con arrojarlo contra las dos hermanas.

Griselda lo vio todo como en cámara lenta: Timmy blandió a pelota con todas sus fuerzas, adelantando una pierna pierna mientras gritaba rabioso con la boca llena de babas. Al momento de aventarla, lo hizo con tal fuerza que se le salió un pedo, formando una apestosa bolsa de aire contra la cara de mi hermana, que ni siquiera pudo parpadear, sólo fruncir la nariz. La bola viajaba a gran velocidad, a punto de golpear a las chicas en la espalda...

La mayor, no obstante, con perfectos reflejos y un grácil movimiento de cintura, se dio la vuelta al tiempo que esquivaba la pelota, con su hermana en brazos para sacarla también de peligro. Timmy se quedó pasmado al ver que fallaba, y la hermosa chica lo miraba a los ojos con orgullo y algo de malicia...

- ¿Ah, sí, Timmy...? – dijo, con una vez mezcla de enojo y deleite.

El gordito se quedó con la boca abierta, mientras las dos chicas caminaban hacia él dispuestas a acabarlo... Luego, retrocedió, tropezando y cayendo al suelo. Griselda sintió el golpe en el trasero

“Dios, por favor, no sean crueles...”, se dijo Griselda, “no lo sean...”

Aun así, ella sabía lo que Timmy merecía, y de estar ella en su lugar, le daría el peor castigo que se le pudiera ocurrir. De tal modo, que sabía que el sufrimiento era inevitable...

- ¡A él, Kimberley!

Las dos chicas arrojaron sus manos hacia el chico, quien lanzó un chillido como puerco en matadero...

- Creo que los chicos estarán contentos cuando vean lo que haremos contigo... – rió la mayor, mientras la menor la seguía soltando risitas de maldad.

Llorando y pataleando, sintió que lo arrastraban hasta la cancha...

Griselda sufría un tremendo suplicio, colgada de los pelos, que le tiraban del cráneo. Su rostro estaba apretadamente metido entre el sucio par de nalgas de Timmy. El niño colgaba de la canasta de basquetbol, con los pantalones abajo y la trusa enganchada de la canasta, rotando lentamente sin esperanza de liberarse. Allá abajo yacía su balón de basquetbol, ponchado por las niñas.

Espantado de las alturas, golpeado y completamente derrotado, Timmy moqueaba, asustado por el vértigo de la altura, e incierto sobre lo que pasaría con él.

Kimberley y su hermana lo miraban desde la distancia, con los brazos cruzados y riendo complacidas.

- Je je je – dijo la hermana mayor, y se palmeó las manos entre sí. – Eso le enseñará a no meterse con nosotras...

La hermana menor la imitó, maldosa, mirando encantada la gorda salchichita del niño asomando por la trusa, su panza pálida y esponjosa saliendo de la camiseta.

- Vámonos de aquí – dijo la mayor, dándose la vuelta y a su hermana por el hombro, y alejándose de la lamentable escena. – Reunámonos en un lugar donde no tengamos que ver a este idiota...

Tras de ellas ya se veía llegar al grupo de basquetbolistas, quienes rieron y celebraron a la chica con choques de manos, aplausos y burlas hacia Timmy. Un chavo de unos 15 años, el capitán del equipo, enredó su brazo alrededor de la cintura de la hermana mayor, y la llevó consigo, mientras todo el tumulto se alejaba entre risas.

La luna llena ya se alzaba sobre Timmy, quien seguía llorando colgado de su trusa... Es decir, de mi hermana-trusa, sin posibilidad de liberarse...

Pareció pasar horas ahí, aunque en realidad, al cabo de 30 minutos, escuchó una voz muy familiar.

- ¡TIMMY! – se escuchó un regaño, femenino, desde abajo.

Timmy abrió los ojos, asombrado.

Podía ver bajo de sí a su mamá, con su pequeña hermanita tomada de la mano, mirándolo con actitud reprendedora.

- ¡Mira nada más cómo quedaste! – lo regañó.

Timmy se empezó a sonrojar. El alivio de ver su salvación le duró poco, ya que ahora sabía que lo que le esperaba era también un castigo.

- ¡Cuántas veces te he dicho que no salgas sin permiso! - gritó la mujer, iracunda.

La mamá empezó a trepar el asta con ayuda de un árbol cercano, para bajar a Timmy de ahí. Con ayuda de un palo, tras tres o cuatro intentos, desenganchó a Griselda, y el gordo cayó pesadamente sobre la superficie de la cancha. El golpe, que tanto temía, en realidad no fue tan duro, contando con que observaba la posición solamente desde sus ojos, mientras sus pies estaban más cercanos del suelo de lo que pensaba.

- ¡Ahora espera a que te ponga las manos encima! – gritó la mamá, todavía esforzándose en bajar del árbol.

Aterrado, Timmy sacó fuerzas de quién sabe dónde y se levantó a prisa.

- ¡TIMMY...! – gritó la señora, al verlo levantarse.

Y sin siquiera tomarse la molestia de subirse los pantalones, Timmy corrió desesperado, buscando un lugar donde esconderse o a donde huir. Griselda sentía sus orejas golpear una y otra vez contra las rodillas del estúpido chiquillo, quien no podría llegar lejos en ese estado. Y cuando Timmy se encontraba ya cruzando entre unos arbustos, peligrosamente cerca de la laguna...

- ¡¿A dónde vas?! – escuchó una orden entonces detrás suyo, y una fina mano con largas uñas lo tomó del cuello de la playera, haciéndole caer sobre el charco de lodo.

Timmy aterrizó con las gordas nalgas justo sobre el lodo, mientras que la fuerza del agarrón de su madre fue suficiente para sacarle por completo los pantalones. Griselda-trusa se deslizó fácilmente de sus muslos, y cayó sobre el charco, embarrándose por completo de lodo.

- ¡Ay, niño, niño! ¡No quieres entender! – repitió la mujer, furiosa, arrastrando a Timmy de la oreja con una mano, y llevando a su otra hija de la otra.

- ¡¡AYY AYYY!! – lloraba Timmy, caminando detrás de ella, sin pantalones ni trusas, sus rechonchas piernas cubiertas solamente por los tenis.

- ¡Mira nada más! – dijo la señora, viendo la trusa enlodada de su hijo macerándose sobre el charco.

Se agachó un poco, estiró la mano y la recogió, bufando enojada.

“¡AAAIIICH!!”, lloró Griselda, dejando salir unas lagrimitas, al sentirse cogida firmemente por el cabello.

- ¡¿POR QUÉ NO QUIERES APRENDER?! – gritó la mejor, propinando una fuerte y sonora nalgada contra el culo.

El golpe sonó como un latigazo, contra el enorme y enlodado trasero de Timmy, quien chilló como un cerdo en matadero.

- ¡¿POR QUÉ SIEMPRE ME HACES LO MISMO?! – dijo la señora. Y siguió con otra, y otra nalgada...

- ¡¡AAAYYY!! ¡¡AYYY!! – moqueó Timmy.

Y arrastrado por su madre entre regaños, con el culo ya no sólo enlodado sino rojo por los azotes, recorrió toda la calle hasta su casa. El malcriado niño no paró de llorar, al tiempo que un grupo de niños lo veían y señalaban, riéndose de su lamentable desfile.

 


 

End Chapter 5

Mi Hermana, Mi Trusa (My Sister, My Briefs)

by: malom_shlasters | Complete Story | Last updated Sep 22, 2014

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