by: malom_shlasters | Complete Story | Last updated Sep 22, 2014
Chapter Description: Griselda gets a new host.
Al día siguiente, la Griselda-trusa se despertó por la ilusión de movimiento. Justo al despertar, y aún antes de abrir los párpados, se dio cuenta de que el cuerpo de remolía por la intensa actividad de la tarde anterior. El suave balanceo le hacía darse cuenta que estaba siendo cargada de alguna manera, y los cuchicheos de alrededor le recordaban la voz de Joe… ¿A dónde iba ahora?
Al abrir los ojos, se dio cuenta de que una pila de ropa completa obstruía su visión. ¿Qué significaba eso? ¡Qué importaba! Griselda continuaba demasiado abatida para interesarse por averiguar así que permaneció durante un tiempo adormilada, reflexionando amargamente sobre su actual nueva condición.
Sin embargo, cuando sintió que el movimiento cesaba, su corazón dio el vuelco. Ya en sus oídos comenzaba a distinguir nuevamente el característico ruido de las máquinas de lavado.
“¡Oh, no, ¿qué viene ahora?!”, se preguntó, asustada.
Aunque seguía sin poder ver nada, pudo sentir con facilidad cómo de pronto, el peso se aligeraba de encima de ella, aunque sólo un poco. Un par de segundos después, lo sintió otra vez; y poco después, una vez más.
Griselda fácilmente se dio cuenta: Joe estaba echando una nueva carga a la lavadora, mientras tarareaba una alegre canción.
“¡¿Qué haré?!”, se preguntaba Griselda, sintiéndose perdida. “Ya conozco a este chico… Si tan solo pudiera pedirle de favor…”
Pero tan pronto vio la luz al observar cómo Joe tomaba los calcetines sucios y los arrojaba con total desparpajo al fondo de la máquina, supo que el destino que le aguardaba no era otro que ése. Ya podía sentirse nuevamente absorbida por el aturdidor remolino de la vez pasada.
“Joe… ¡Joe, por favor, ten piedad!”, imploró, al ver la mano del chico acercarse a su elástico, levantándola por lo que serían “sus pelos”, con tosquedad.
Alzada en vilo nuevamente, Griselda se dio cuenta de que ya no era ella una mujer, era solamente una insignificante trusa de chico, sin nada de especial. Y aunque no sintió dolor alguno, su corazón se rompió cuando Joe la arrojó con violencia (como el objeto sin importancia que era) al fondo de la máquina. El nauseabundo remolino de burbujas comenzaría otra vez...
Abatida, Griselda sólo pudo observar a través de la ventana de la lavadora las piernas de su captor y nuevo dueño, quien continuaba su tránsito en la sala. De pronto, un chirrido de la puerta dejó pasar a escena a un nuevo personaje. De alguna forma sintiendo que de éste dependía su salvación, Griselda hizo un intento por ver más allá, para saber de quién se trataba.
Las piernas de quien acababa de entrar a la habitación eran femeninas, pero anchas y macizas, calzando medias blancas sobre unos bonitos zapatos negros, con una larga falda de color oliva encima de todo el conjunto.
“Una señora”, pensó Griselda. Pero se preguntó a qué venía esto en la escena. No estaba seguro de qué tendría ella que ver en su próximo destino.
Observó los zapatos de Joe pararse frente a los de la mujer, y alcanzó a escuchar ciertas murmuraciones en lo que parecía ser una amistosa charla. Dos minutos después, Joe se largó por la puerta, y a los pies de la mujer aterrizó con pesadez una nueva canasta de ropa. La tapadera de la lavadora se abrió nuevamente, y más prendas llovieron encima de la pila donde estaba Griselda.
“Ella también lavará su ropa aquí”, concluyó Griselda, viendo las piernas de la señora ir y venir con la canasta, depositando en la máquina cuatro, cinco, seis nuevas prendas… Griselda las sintió caer sobre ella, inquiriendo quiénes serían sus “compañeros” en esta nueva lavada. Pero pronto se encontró algo que no esperaba.
“¿Panties? ¿Brasier…?”, buscaba Griselda por todos lados. Pero la primera prenda que llovió fue una playera color pasto, para una talla mucho más chica que la de una mujer adulta. Luego de eso, dos calcetines, muuuy sucios, y hechos bola. Después, una gorra pequeña…
“¡¿De qué se trata esto?!”, se preguntó Griselda, desesperada.
Pero la última prenda que llovió aclaró todas sus dudas. Pues sobre la pila de ropa aterrizó un par de calzoncillos blancos talla Chica, a cuyas espaldas (es decir, en el elástico de la parte de atrás) estaba escrito, con letra infantil y marcador negro, el nombre “TIMMY”. Esta nueva trusa amiga suya lucía mucho más sucia aún que ella misma (siendo ella la trusa de Joe). Más que blanca, era un tono ocre, estaba cubierta de sudor pegajoso y alguna gota de pipí; en la parte trasera tenía una larga raya de palomino, y olía muy mal.
“Debe ser… La ropa sucia de su hijo”, descubrió Griselda, tapándose la nariz con un escalofrío. ¿Qué ocurriría ahora?
La tapa se cerró con un estruendo metálico, y chorros de agua inundaron la máquina. Lentamente comenzó el nuevo ciclo de lavado. Griselda volvió a sumergirse, arrastrada por las corrientes de la máquina. Danzaba alrededor de prendas de un infante, entregándose al agua y dejando que el jabón limpiara sus impurezas y entrara por sus fosas nasales… Intentó concentrarse lo más que pudo, al grado de entrar en un trance que fue para ella como perder el conocimiento.
Cuando, luego de 20 minutos, sintió el ritmo del motor descender, y cómo poco a poco sobre su cuerpo desnudo comenzaba a extinguirse la lengua del agua, suspiró cuando la puerta de la lavadora se abrió.
“¿Dónde estoy ahora?”, pensó Griselda. “¿Todavía soy… Yo?”
Una fina mano con largas y bien recortadas uñas se acercó a ella y la tomó por el cogote, sacándola de la máquina a rastras. Griselda se sentía seca, y en manos de esa mujer… ¡Incluso más pequeña que antes!
“¡¿Qué demonios pasa?!”, se preguntó en voz alta. Pero tan pronto lo hizo, tuvo que callar.
El sonido de su voz dentro de su mente era, de hecho, distinto…
“¡¿Qué me pasó?!”, gritó Griselda, alarmada, sólo para encontrar que su voz sonaba a la de una mocosa de 8 años, a lo mucho.
Todavía con la Griselda-Trusa en mano, la señora sacó las prendas que faltaban de la máquina, y cuando tuvo oportunidad, Griselda se volvió, para observar qué había quedado en la máquina… Y allí, efectivamente, agazapado en la esquina de la secadora, miró a su antiguo cuerpo, la trusa de Matt, descansando en espera de su amo.
“¡Otra vez!”, gimió Griselda. Nuevamente había transmigrado, cambiado de cuerpo, y ahora su hábitat, ella misma, era la trusa del pequeño hijo de la señora que la llevaba. Su cuerpo se había adaptado al nuevo contenedor, y es por eso que ahora Griselda misma se sentía más joven.
Haciendo una introspección, se dio cuenta de que su cuerpo de adolescente se había ido: Por ningún lado podía sentir los grandes senos, sus rasgos adultos o sus torneados brazos. Todo había sido sustituido por el plano y poco interesante cuerpo de una niña de 8 años, ella misma a esa edad.
“¡DEMONIOS, TEO!”, me maldijo mi hermanastra, con su vocecilla infantil. “¡¿PIENSAS DEJARME ASÍ, O QUÉ?!”
Yo solamente me reí, captando sus emisiones telepáticas desde mi cómodo sofá, a un par de kilómetros de ahí. Me dieron ganas, de hecho, al escuchar esa aguda y quejumbrosa voz, de darle una buena nalgada para que a esa niña se le quitara lo chipilona. Pero en fin, sólo dejé que las cosas siguieran su curso.
Una delicada mano levantó a la ahora pequeña trusa de chico en que Griselda se había convertido. El nombre de la etiqueta nuevamente había cambiado, de “TIMMY” a “GRISELDA”, aunque la ama de casa no se dio cuenta de esto cuando la tomó. Una vez que la señora hubo apilado todas las prendas sobre la canasta, para suerte de Griselda la colocó en la cima de ésta.
Y al terminar, cargó entre sus brazos la pesada canasta y salió de la lavandería para emprender camino hacia su apartamento.
“Mmmm, me pregunto dónde vivirá esta señora”, se dijo Griselda, mientras desde la cima de la canasta observaba vigilaba el curso que la mujer tomaba para volver a su hogar.
En esto pensaba Griselda cuando, por el medio del pasillo vio venir a otra mujer en dirección contraria. Esta señora se veía más o menos de la edad de la otra, y en el momento justo en que la vio su rostro se iluminó y acudió a saludarla.
“Hola, Mónica, ¿Cómo está?”, preguntó la mujer, que venía con las manos vacías.
Pero la nueva dueña de Griselda, que a duras penas podía con la pesada canasta, nada más se detuvo un instante para saludar, despidiéndose con un pretexto:
“Ay, lo siento, vecina, vengo de la lavada… Tengo que llevarle sus trusas a Timmy antes de que salga de bañarse”.
Y dicho esto, abrió una puerta para acceder a su hogar.
Dentro, la puerta del baño estaba obviamente abierta, ya que tan pronto entraron a la pequeña sala, podía oírse el chapotear de la regadera.
- ¡Timmy…! – gritó la señora, para anunciar su llegada.
Por fin, bajó la canasta al suelo, la dejó junto a la puerta, se limpió el sudor de la frente con la muñeca, y recogió algunas prendas para su hijo… Entre ellas, Griselda.
“Bueno, al menos seré la trusa de un chico limpio…”, se consoló Griselda, en sus adentros, todavía inconforme de servir de calzón para alguien.
- Timmy, ya salte de la regadera – ordenó la señora, entrando al cuarto con una toalla y ropa sobre las manos.
- ¡Ya oí, mamá! – se quejó un pequeño niño desnudo que estaba en la regadera, tallándose la cabeza cubierta de shampoo.
El niño era rubio y tenía la piel muy blanca, y facciones muy dulces… Aunque tenía tan sólo unos 8 ó 9 años, Griselda por alguna razón lo encontró muy atractivo… ¿¿Qué ocurría con su cuerpo ahora??
- Timmy, ya date la última tallada para cambiarte – dijo la señora, poniéndose en cuclillas y ayudando al chico a enjuagarse el shampoo de su cabello.
Una vez que el niño se quitó todo el jabón, la señora abrió una toalla entre sus brazos para que el chico entrara, mientras Griselda observaba interesada desde una cómoda sobre la que la habían colocado.
Algo reticente aún, el niño brincó a los brazos de su mamá, quien lo envolvió con la toalla calientita y lo frotó con ella para secarlo. Tan pronto lo tenía entre sus brazos, la señora lo alzó del suelo y lo cargó hacia la sala.
- ¡Mamá, ya estoy grande, no necesito que me cambies! – se quejó el niño, rojo de coraje y vergüenza, cuando la mamá lo sentaba desnudo sobre una de esas mesas para cambiar bebés.
- ¡No repliques, Timmy! – dijo la mamá, no muy molesta, mientras tomaba el tobillo del niño y lo levantaba, sosteniendo un pequeño bote de talco en la otra. – Si fueras más aseado no tendría que estar cuidándote todo el tiempo. A ver, sube el otro pie al sillón.
Timmy, algo o bastante apenado, obedeció a su madre y se acostó sobre la toalla que su mamá había tendido sobre la mesita.
Desde la canasta que la señora había colocado a los pies del sillón, Griselda estaba en una posición estratégica para contemplar el cuerpo del pequeño, y se sonrojó tan pronto vio a la doña levantar las piernas del chiquillo, dejando a la vista un par de tiernas y esponjosas nalguitas, redondas y apretadas como duraznos rojos:
“Ji ji ji”, rio Griselda entre dientes, repentinamente sonrojándose. “Este niño es muy lindo...”
Pero luego se sorprendió de lo interesada que ella misma se encontraba al respecto. Sus sentidos se despertaban, casi al borde de la excitación; quería ver MÁS.
“Oh, Dios!”, pensó, sintiendo su piel enchinarse, escandalizada. “¡¿En qué estoy pensando?!”
La señora secaba el trasero con una toalla el trasero de Timmy, quien refunfuñaba como el niño malcriado que era... Lo cual no hacía más que excitar más a Griselda, gustosa de esa imagen del “chico malo”. Con cada tallada, Timmy se revolvía un poco desde su puesto. Mi hermana quedó fascinada, sin poder evitarlo, de cada parte del cuerpo del pequeño mozalbete.
Al tercer tirón, las piernas de Timmy se desalinearon, y los testículos del niño botaron por la entrepierna, ofreciendo a Timmy una perfecta vista de un escroto que se miraba suave, rosado y lampiño.
“Guaaaaaau...”, babeó Griselda en su posición, saboreándose.
Y luego, se sonrió y rio entre dientes un poquito más... ¡Reviviendo experiencias de su vida pasada!
“¡Claro!”, se explicó la chica trusa, emocionada. “¡Debo tener ahora la misma edad de Timmy! ¡Es por eso que este niño me llama tanto la atención!”
Recordó cuando estando en primero de primaria, ella y otro par de chiquillas empujaron a un niño que estaba orinando en el patio. El chico se cayó con los pantalones abajo, y Griselda pudo ver por primera vez lo que distinguía a los niños de las niñas. Aunque sólo se burló, junto con sus otras amigas, en el fondo sintió un placer extraño de las consecuencias de esa travesura...
Y ahora esa inocente excitación estaba de regreso, conforme mi hermana veía desde un ángulo privilegiado, cómo la mamá de Timmy cubría de fino talco el trasero del chico, levantando una brumosa nube blanca alrededor.
- ¡¡CAF!! ¡¡CAF!! - tosió el niño, agitándose bajo la mano de su madre, quien seguía sujetándolo por los tobillos. – ¡¡Me voy a ahogar!!
La señora, inflexible, no aflojó para nada la mano que sujetaba los pies de Timmy, y esperó a que la nube se disipara.
- No seas exagerado, hijo – le reprendió, ya cansada de lidiar con él. – Si fueras más aseado, no tendríamos que hacer esto cada vez que vas a ponerte una trusa.
Timmy gruñó, resentido, pero se puso quieto. Griselda se sonrió de repente; le parecía muy lindo. La señora tomó otra botella, y presionando la parte de arriba, se dispensó una buena opción de crema sobre la palma de la mano. Griselda sintió cosquillas en la cola al ver cómo la mujer untaba los dedos del viscoso gel frotándolos unos con los otros, mientras Timmy se removía nervioso en su lugar.
- No vayas a moverte, Timmy – indicó la madre, acercando su palma cubierta con la crema de bebé. – Sé que está fría, pero no tardaré.
Con bastante diversión, Griselda percibió cómo Timmy apretaba el trasero, y su pequeño escroto se se encogía poniéndose de gallina. Presurosa y sin ninguna piedad, la mamá acercó los dedos y embarró con la pasta las ya de por sí blancas ingles del mimado niño.
- ¡¡BBRRR!! – se quejó time, dando un espasmo al sentir el gélido tacto sobre sus partes privadas.
- Timmy, no me hagas un drama – soportó la madre, sin dejar de sostenerlo con fuerza.
Y para el morboso entretenimiento de Griselda, untó cuidadosamente y de arriba abajo toda la raya de las nalgas de Timmy con la punta de los dedos.
- Ponte flojito, para que la crema te quedé adentro – le aconsejó con un poco de amenaza. – No quiero que vuelvas a rozarte.
“Pobrecillo”, se dijo Griselda, con algo de empatía pero también de burla. Timmy tenía los labios y los párpados apretados, y su barriguita temblaba con el esfuerzo de soltarse un poco para que su madre siguiera untándole el trasero con los dedos. “Debe de estar muy apenado”.
- Ya estás listo Timmy – anunció la dulce señora, justo a tiempo, soltando los tobillos del torturado niño. – Ahora voy a ponerte los calzones.
Timmy, algo aliviado pero no del todo contento, dejó las piernas levantadas, en tanto su madre acudía por la trusa. Griselda se había quedado fascinada, y algo enternecida, de ver al pobre chiquillo, con las nalgas completamente blancas y cubiertas de talco y crema, el pitito y las bolas, encogidas por el frío, apenas sobresaliendo de entre los jugosos y esponjados muslos de bebé... Pero de pronto, sus pensamientos fueron violentamente cortados, al sentir cómo una mano la levantaba, asida por los pelos.
“WOOOH!!!”, gritó, mientras la fiera mano de la dama la transportaba hacia la mesita de cambio. Había olvidado por un momento que el calzón del que hablaban ¡era ELLA!
Griselda cerró los ojos y contuvo el aliento conforme las manos de la mamá hacían pasar su cuerpo de algodón a través de las piernas del chico. Y cuando por fin sintió el ajuste perfecto, y sobre su rostro el peso del pequeño paquete entre las piernas del niño, abrió los ojos, sorprendida.
- Ahora ve, y termina de cambiarte tú – escuchó que la mamá de Timmy decía al pequeño, bajándolo por la cintura hasta ponerle los pies descalzos sobre el suelo. – Y no vayas a ensuciarte, ¿sí?
Esta última frase fue acompañado de una afectuosa nalgada, que hizo a Timmy dar un pasito, y sobarse un poco el trasero con las manos, encima de su nueva trusa. A Griselda apenas le dolió un poquitín; al contrario, le sirvió para sentir más cerca de ella el precioso trasero del chiquillo:
“Guau, suave y apretadito...”, se derritió Griselda, deleitándose con ese pequeño culo. “... Justo como deben ser”.
Conforme el pequeñín caminaba hacia su cuarto, Griselda comenzó a acostumbrarse a su nuevo estátus de trusa de niño. Le quedaba a Timmy apretada, así que cada vez que el chiquillo daba un nuevo paso, el roce de sus ingles contra el rostro de Griselda era intenso y delicioso.
“Mmmhhh...”, se deleitó, un poco a su pesar, al sentir el escroto del niño apretarse contra su nariz.
Gracias al Cielo, el tratamiento que la mamá había puesto en su hijo había sido para bien. Luego de su día con Matt, nadie tenía a Griselda algo que contarle sobre lo desagradable que era. Pero gracias al talco y la crema que tenían untadas, el aroma de las partes del chico era relajante y un poco agradable.
Al menos hasta el momento, cada contacto con las partes del niño le estaba resultando agradable.
“Mmmhhh...”, volvió a saborearse, cuando al dar Timmy un paso largo, la tela de la parte trasera de Griselda se introdujo sensualmente en su trasero, que también estaba cubierto de fragante crema de bebé.
Timmy se metió a su cuarto, que como todo cuarto de un niño varón, estaba pintado de azul, con juguetes por todos lados, pósters de superhéroes y de inofensivos grupos de rock. Sobre el escritorio estaba una colorida computadora, y en el tocador reposaba una pelota de beisbol autografiada, y un helicóptero modelo a escala.
El pequeñín corrió directo a los cajones, se agachó, y comentó a aventar, sin cuidado alguno, pares de calcetines, shorts, camisetas...
“¡Qué forma de ser desordenado!”, se lamentó, hipócritamente, Griselda, al observar el reguero que el niño hacía en su cuarto perfectamente arreglado.
No le tomó mucho tiempo encontrar lo que buscaba, y se puso unos shorts rojos, una playera azul, calcetines y tenis, y cubrió su cabeza con una gorra, para de ese modo no molestarse en peinarse. Tomó después una gran pelota del suelo. Y sin siquiera avisarle a mamá, Timmy bajó las escaleras y salió por la puerta, rumbo a sabe dónde.
Junto a Timmy, Griselda recorrió el vecindario, hasta que arribaron a un parque. Seguramente, era un parque. Un fuerte sol, ruidos de pájaros, insectos, y voces de niños y familias alrededor le hicieron sentirse ahí.
“¡Es—Espera!”, pensó Griselda, al sentirse de pronto agitada.
El roce con las piernas y el trasero de Timmy se incrementó, y Griselda se dio cuenta de que se estaba moviendo a gran velocidad.
“Todos los niños juegan”, reflexionó mi hermana. “Seguro estará haciendo deporte, o algo”.
Aguzó los sentidos para tratar de adivinar a qué jugaba. Por la cantidad de brincos, las aceleraciones, velocidad y los choques, ya se hacía una idea de qué era. Los ruidos de rebotes frente a ella, y los gritos de otros niños a su alrededor, se lo confirmaron:
“¡Debe estar jugando baloncesto!”, se dijo, contenta con el descubrimiento.
Timmy corría detrás de la pelota, luego la tomaba, burlaba a sus contrincantes e intentaba tirar.
“¡Uff!”, se dijo la chica/trusa, al cabo de unos minutos. “Esto es bastante duro para una ropa interior”.
A su alrededor, los vapores de la entrepierna de Timmy estaban ascendiendo, llenándola de calor. El sudor empezaba a fluir del trasero del chico, empapándola con una sensación salada y pegajosa.
Aunque el talco que a Timmy le había puesto su madre seguro estaba ayudando, al cabo de un par de horas de juego, Griselda estaba mareada y no podía aguantar más.
“Aaauuhhhmm...”, se quejó mi hermana, sintiéndose completa cubierta de sudor, y harta del aroma de las verijas del niño. “... Más vale que se le acabe la energía pronto”.
Afuera, las cosas tampoco estaban tan bien.
- ¡Te dije que la pasaras! – escuchó Griselda el reclamo enojado de algún chico, seguido de un empujón que hizo a Timmy trastabillar.
- ¡Si no te gusta jugar en equipo, ¿para qué invitas a jugar?! – reclamó otro.
Era claro que estaban amonestando a Timmy.
- ¡Es que ustedes nunca me la pasan tampoco! - Refunfuñó, el niño, ofuscado.
- ¡¡PORQUE ERES MAL JUGADOR!! – Se escuchó al unísono un grito de tres chicos al mismo tiempo.
- ¡Ustedes son los malos! – se defendió Timmy, retrocediendo. - ¡Soy mejor que todos ustedes juntos!
Gris pudo escuchar cómo Timmy aventaba el balón al suelo, furioso, haciéndolo rebotar lejos con un sonido alarmante.
Después vinieron unos cuantos segundos de silencio. Mi hermana creyó sentir cómo el niño que la portaba retrocedía, tenso:
“¡Debe haberlos hecho enojar!”, pensó, preocupada.
Inmediatamente después, se escuchó un llamado enojado de quien parecía el niño mayor del grupo:
- ¡A ÉL!
Inmediatamente, el trasero de Timmy se frunció, atrapando la tela posterior de mi hermana dentro de sus nalgas:
“¡UUUGGHH..!”, dejó escapar Griselda, encontrándose de pronto prensada y sin poder salir de esos apretados glúteos. Dentro estaba aún más saturado de sudor, y el olor era todavía peor.
- ¡AGÁRRENLO, AGÁRRENLO! – Corrieron voces.
Timmy muy pronto tropezó y cayó de nalgas sobre la cancha de cemento.
“¡Auch!” – gritó Griselda, sintiendo la caída en sus pompis junto con la de Timmy.
- ¡BO-LI-TA! ¡BO-LI-TA! – llamaron los chicos mayores.
“¡¡¡NOOOO!!!”, sólo pudo gritar Griselda, al saber lo que venía.
Uno a uno, los niños grandes fueron cayendo sobre Timmy, aplastándolo y dejándolo adolorido en el suelo.
- ¡¡YAAA!! ¡¡YAAA!! – gritaba, enojado, el mal chico, conforme sentía más y más peso sumándose a la pila de chicos que lo cubría.
- ¡Para que se te quite! – Le gritaban, cayendo de panza sobre él.
- ¡¡MMGG!! ¡¡NO PUEDO RESPIRAR!! – aulló Timmy.
De la misma forma Griselda estaba prensada y asfixiada por los cuerpos de los muchachos. Sentía el pene de Timmy presionándose estrechamente contra su cara, y no podía hacer nada para quitarlo de ahí.
“¡¡¡KYAAAAAA!!!”, chilló, sintiendo sus músculos doler, sometidos por una gran presión. “¡¡ESTO NO ES JUSTO!!!"
Todo se cuerpo-trusa estaba siendo duramente castigado por el montón de chicos. Griselda jamás había sentido un castigo así en toda su vida... Probablemente, porque nunca había sido un chico. Sin embargo, ahora como la trusa que era, estaba experimentando íntimamente lo que un auténtico varón debe sentir.
“¡¡YAAAAHHH!!!”
La tortura fue breve, pero agotadora. Uno por uno, los chicos fueron levantándose, entre risas, dejando a Timmy tirado y medio muerto en el suelo, exhausto.
- Ja ja ja – dijo el chico grande, dando la mano a uno de sus compañeros para que se levantara. - Eso le enseñará.
“Por Dios, ¡que eso le enseñe!”, rogó también Griselda, en sus pensamientos.
- Vámonos, dejen a este bebé con su pelota – instigó el chico grande a los demás. – Que juegue solo.
Los demás niños soltaron unas risitas, y se dieron la vuelta, perdiendo el interés en el chico que yacía en el piso de la cancha. Griselda suspiró con alivio al ver que la pesadilla había terminado...
Pero entonces, desde el piso, una voz lastimera se alzó:
- ¡Prefiero jugar solo...! – dijo, entre moqueos y horcajadas el Timmy del suelo. ¡... que con un montón de mariquitas como ustedes!
Esta vez fue el trasero de Griselda el que se frunció, con un escalofrío que recorrió su nuca.
De inmediato, sintió en el aire cómo las miradas volvían hacia Timmy. El chico grande, bastante enojado, se volteó:
- ¿Qué... Fue lo que dijiste? – preguntó, en voz lenta y llena de furia.
Timmy a penas se sentó en el suelo, apoyado por un codo. Y no contestó nada.
“Ay, no!”, mi hermana se dijo, sintiendo cómo su estómago se revolvía.
Los pasos implacables de los muchachos se acercaron de nuevo, como una tromba, hacia Timmy. No se escuchaban más voces a su alrededor. El parque se había quedado desierto.
- Así que crees que somos “mariquitas”, ¿no? – preguntó el chico grande, cruelmente.
Timmy se quedó sólo mirándolo. Una gota de sudor resbaló por su sien, comprendiendo su error.
- ¿Qué dicen ustedes, amigos? ¿Escucharon lo mismo que yo? – se volvió el líder del grupo, entre otros gritos de inconformidad de mis chicos. - ¿Les parece que somos mariquitas?
- ¡¡NO!! ¡¡NO!! – se escucharon los reclamos de los demás.
El líder caminó dos fuertes pasos, situándose justo frente a Timmy. Griselda, aterrada, hasta pudo sentir su fuerte sombra proyectada justo frente a él.
- Entonces... ¡Démosle su merecido a este mocoso!
Entre gran tumulto, Griselda pudo sentir cómo los chicos levantan violentamente a Timmy del suelo.
- ¡Suéltenme! ¡Suéltenme! – se quejaba el portador de Griselda, negando su crimen.
Y aunque sacudió sus brazos tanto como pudo, de nada le sirvió.
- ¡CAS TI GO! ¡CAS TI GO! – comenzó a gritar el círculo del líder, en tanto éste se quedaba al frente de Timmy, mirándolo con saña y sed de venganza.
Griselda estaba completamente aterrorizada. Lo único que esperaba era que el castigo no involucrara la parte baja de sus piernas.
El líder hizo una pausa dramática, examinando al acusado. Y finalmente, con una risita sorda, sentenció:
- ¡¡TUBO!!
Siguieron gritos y risas de aprobación de la multitud, quienes entre los cuatro levantaron a Timmy por brazos y piernas.
- ¡¡NO!! ¡¡NO!! – el niño forcejeaba, sin poder soltarse.
“¡¡POR FAVOR, NOOO!!”, rogaba Griselda también, sintiendo cómo abrían las piernas de Timmy y las de ellas, y los colocaban en posición horizontal.
El grupo se acomodó, poniéndose en fila, y en unos segundos, el líder dio la orden:
- ¡¡UNA DOS... TRES!!
El grupo aceleró, dirigiéndose al poste más cercano, con las piernas de Timmy abiertas hacia él. ¡La colisión era inminente!
- ¡¡¡NOOOO!!! – gritaron Timmy y Griselda, al mismo tiempo.
Y entonces, con gran fuerza, sintieron el duro golpe entre las piernas.
- ¡¡AAAHHHH!! – Timmy se dolió, al tiempo que Griselda.
La vagina de mi hermana quedó vibrando por la poderosa colisión entre sus ingles, arrancándole un chillido de dolor. Timmy trató de soltar sus brazos para sobarse, pero no le dieron tregua; Griselda hubiera tratado de hacer lo mismo, pero no pudo.
- ¡¡O TRA!! ¡¡O TRA!! – pidieron entre risas y festejos los niños verdugos.
- Okey – convino el líder, también bastante contento. - ¡UNA... DOS...!
“¡¡¡NOO!!! ¡¡¡NO MÁS, POR FAVOR!!”, lloró mi hermana, sintiendo el coño en llamas.
- ¡¡TRES!!
Esta vez desde más cerca, el doloroso choque se repitió, sintiéndose con fuerza en el periné de Timmy y de su trusa Griselda.
- ¡¡¡YAAAHAHAHAAA!!! – tartamudeó Timmy, cubriéndose de lágrimas, y por fin sus captores se apiadaron y lo dejaron en el suelo.
- Ahora sí, tuvo lo que se merece - comentaron los chicos.
Antes de largarse, el líder del grupo se acercó al balón de basket que había quedado en el suelo. Lo recogió, y lo aventó lejos, haciéndolo caer dentro de un charco lleno de lodo. Y chocándose las manos, él y sus amigos se marcharon por fin.
Mientras, ahí abajo, quedaron tirados y doliéndose sujetando sus entrepiernas adoloridas, Timmy y dentro de sus pantalones mi hermana...
Mi Hermana, Mi Trusa (My Sister, My Briefs)
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