by: malom_shlasters | Complete Story | Last updated Sep 22, 2014
Chapter Description: Finale + Epilogue
... Alrededor de las 2:00 de la madrugada del Lunes, un sonido de toquidos llegó a mi puerta. Estaba a punto de quedarme dormido, pero me levanté de buena gana a ver.
Al abrir la puerta, de inmediato cayó sobre el suelo una figura hasta cierto punto humana, apenas reconocible. Cubierta muy apenas con bolsas negras de plástico, su cabello hecho casi una plasta de aceite, mugre y otros desperdicios, descalza y con cáscaras de banano, jeringas y envolturas de basura y condones por todo su cuerpo, había caído a mis pies, mi hermana.
Sonreí mirando abajo, complacido, durante un par de minutos, hasta que me apiadé y la llevó dentro de la casa. Tomé a la pequeña en mis brazos y la cargué al baño, donde prontamente le removí su intento de abrigar y tapar su desnudez, dejándola otra vez como Dios la trajo al mundo.
Preparé el agua caliente y la bajé con suavidad hasta la tina, donde se recostó, los ojos cerrados, prácticamente inconsciente. Los chorros de agua cálida, con su peso y temperatura, empezaron poco a poco a estimular su cuerpo y revivir sus molidos músculos. Miraba ya sus ojos moverse de un lado a otro bajo sus párpados, que se tensaban de tanto en tanto, sus labios abriéndose poquito, como tratando de pronunciar alguna excusa.
- Pequeña traviesa – susurré, con ternura, y removí un mechón de su cabello de su frente.
Tomé el jabón y el champú, y comenzó a tallarla lenta pero vigorosamente, para remover toda la mugre que había quedado pegada a su piel. Le subí el brazo y tallé con ternura su axila, hasta dejarla blanca como era.
Levanté su pie del tobillo, y con cuidado y amor lo restregué con el estropajo hasta en medio de los dedos. Después metí mi mano entre sus muslos y los froté con el estropajo retirando toda la mugre. Froté suavemente después su sexo y su trasero, limpiando recónditamente y dejando su espeso vello íntimo libre de cualquier impureza.
Al finalizar, la recliné en la tina, y la abracé por los hombros, mirando su rostro inerme.
- Así que aquí estás de nuevo, pequeñita – le dije al oído, recordándola cuando aún era una bebé. – Aún después de tanto tiempo, sigues siendo mi bebé.
Deposité un beso en su frente, y cerré la lleve. Luego, me tomé mi tiempo para secarla con la toalla hasta dejarla seca y calientita, y la cargué desnuda en mis brazos, hasta llevarla a su recámara. Se había dormido nuevamente. Así que la acosté en su colchón, y arropé su cuerpo con una sábana.
- Espero que hayas aprendido la lección – dije por fin, y saliendo de su cuarto, apagué la luz.
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A la mañana siguiente, decidí quedarme en casa hasta que mi hermana despertara. Estaba yo desayunando cuando los pasos de sus pies, cubiertos en gruesos calcetines, avanzaron hasta el comedor.
Alcé los ojos para mirar a mi hermana entrar a la cocina. Llevaba puesta una abrigadora y pesada sudadera gris y pants grises, como de pijama. Su rostro estaba límpido y despejado, el negro cabello lacio y totalmente suelto, desarreglado; acabada de levantarse, pues.
- Buenas días – le dije, algo desprevenido.
Sin decir mucho bajó la mirada al notar que la veía, y se sentó a la mesa. Su desayuno ya estaba servido en su lugar, como siempre se lo tengo. Seguramente tenía mucha hambre, ya que en todo el finde no había tomado alimento y debía estar desacostumbrada.
Solamente la miré, satisfecho, con la cuchara en la mano. Su presencia denotaba definitivamente un aprendizaje, una nueva madurez y sensibilidad adquirida, mientras cuchareaba sus alimentos con humildad.
Al cabo de unos minutos, enfocó la mirada. Sabía que estaba frente a ella, pero no era capaz de mirarme. Levantó el cuello lentamente, viendo hacia la ventana; la luz blanca y fuerte de la mañana, caía por el cristal sobre nuestros desayunos, la leche perlada de su plato de cereal brillando como queriendo decirle algo.
- Sabes, creo que entendí muchas cosas este fin de semana – escapó de sus labios como en automático, cual si no estuviera saliendo de ella.
Sonreí, un poco orgulloso, un poco culpable, mientras masticaba mi pan, y la miraba a la cara.
- Y yo... – admitió a los pocos segundos, su vista aún clavada en el panorama matutino. – Lo siento...
Reí por lo bajo, y la dejé reflexionando. Me levanté a llevar mi plato al fregadero, mientras mi hermana seguía abstraída, consumiendo lentamente sus alimentos. Abrí el grifo y me puse a lavar la vajilla que había usado; se me hacía tarde para ir a la escuela, debía de salir. Volví a sonreír.
Pasaron un par de minutos, y esta vez fui yo quien rompió el silencio.
- Es una pena... –dije, aunque más bien con un cruel deleite.
Ni siquiera me volteé para observar la reacción de su hermana, pero el ruido de su cuchara se paró en seco; la sentí tensarse.
Y entonces, me di la vuelta firme y lento, mirándola con rotundidad:
- ... Porque ahora tengo que salir, y por tu culpa no me queda ninguna trusa limpia...
Los ojos de mi hermana se abrieron como platos. Sentí que su alma se le iba a los pies. Azorada, se levantó de la silla, dando un paso atrás.
- Teo, yo... No... – Rogó con voz temblorosa, retrocediendo, pero sus piernas no le respondían fácilmente.
“Así es...”, le dije síquicamente.
Y en el momento en que se dio la vuelta de golpe, tirando la suya al piso, para huir, lanzó un desaforado grito de terror, al sentir cómo mi poder se apoderaba de ella.
- ¡¡¡NOOOOOOO...!!!
Sus pies no pudieron sostenerla y cayó al suelo, la parte inferior del cuerpo ya reblandecida. Caminé lentamente hacia ella, y la vi retorcerse, conforme su forma se aplanaba. Caminé lentamente, para comple
- ¡Teo... Teo...! – rogó mi traviesa hermana, en medio de su transformación. ¡¡Por favooooor...!! – chilló.
Pero por desgracia, no había otra manera. Era lo justo. No importaba que ya hubiera aprendido su lección; aún así, sus acciones habían tenido consecuencias.
La piel y carne de Griselda comenzaban a fusionarse con la tela suave de su pijama gris, ablandándose y pasando en fase hasta volverse un inconfundible algodón blanco...
- Lo siento, hermanita - dije, soltando una risita. – Tal vez la próxima vez te crea, si es que tienes siquiera el valor de mirarme a los ojos...
El cabello de Griselda desapareció, uniéndose a la tela de trusa en que ahora se había conformado ya la mayor parte de su cuerpo. Sus ojos se aplanaron, lo mismo que su boca, siendo ahora nada más un par de pequeños cráteres de algodón, como de un fantasma. Y aún en esa forma, imploró:
- ¡¡¡NOOOOOOO!!!
Ese grito se elevó de la plana máscara de tela que era ahora la cara de mi hermana, para luego perderse en la nada conforme sus cuerdas vocales tomaban la forma de inofensivos hilos de tela...
Y al ver por fin a mi hermana reducirse al tamaño y forma de mi confiable trusa, de inmediato la recogí del juego. Me bajé los pantalones, tomé a Griselda y me la subí por las piernas, hasta ajustarla perfectamente a mi cintura.
Con una sonrisa triunfal, miré hacia abajo para observar mis partes nobles perfectamente cubiertas por el suave calzoncillo en que había convertido a Griselda. Observé mi pene agrandarse y comenzar a crecer, apretándose contra la cremallera en forma de “Y” que era ahora el rostro de mi hermana.
- Muy bien, Griselda – le dije, tratando de infundirle ánimo. – Aquí vamos...
De repente, sentí la tela de mi trusa temblar.
- ¿Eh?
Toda la superficie del calzón comenzaba a sacudirse de pronto por pequeñas olitas, que recorrían la tela como bultos aquí y allá.
“Así que estás tratando de resistirte, Griselda...”, pensé, observando cómo su alma trataba de luchar para escapar de la forma en que la había confinado.
“¡Mmmghh, mghmh!”, oí por respuesta.
Sentí entonces esas oleadas de voluntad juntarse para moverse, hasta convertirse en una especie de globo, que acariciaba mi cola.
De inmediato volví la cabeza y miré, como un bulto, la cara de un fantasma de sábana, con los ojos y la boca bien abiertos, emerger e inflarse, como queriendo alejarse a toda costa de mi trasero. Sin duda, el alma de Griselda, tratando de resistirse.
Pero no la dejaría.
- Ahhh, ¿a dónde crees que vas? – Exclamé, con un bufido de risa.
Y entonces, con mi dedo índice, empujé la “cara” de tela de mi hermana hasta dejarla bien metida dentro de mis nalgas.
“¡PLOFT!”
- ¡Auughhhh! – Le escuché ahogarse conforme la refundía dentro de mi cola.
La sentí moverse y forcejear todavía unos cuantos segundos, hasta que por fin se calmó y asumió el papel que le correspondía.
Me levanté de inmediato los pantalones, y corrí a alistarme en lo que faltaba.
Una vez preparado, salí de la casa, listo para emprender la jornada del día junto a mi hermana, mi trusa.
EPÍLOGO
Decidí aquella vez, para aumentar la intensidad de mi lección, llevar a Griselda como mi trusa no un día, sino dos. Pasamos toda la mañana en clases, en el baño, durmiendo, moviéndonos y haciendo múltiples cosas.
Desde luego, ella tuvo que aguantar esas dos jornadas en el papel de mi calzoncillo, soportando toda clase de cosas que le suelen pasar a mi ropa interior.
Después de eso, volví a Griselda a su verdadera forma. Aunque noté aún algo de resentimiento en ella. Se portaba grosera y enojada conmigo, a pesar de que toda la vida había sido yo quien le daba todo y le resolvía sus problemas. Por eso, al cuarto día decidí repetir el castigo, y hubo de ser mi trusa al menos un día más.
Después de eso, pareció calmarse y regreso con una actitud más humilde. Ya es raro que se ponga mi ropa interior sin mi permiso. No obstante, sigue siendo una chica floja, grosera y desconsiderada. Así que en vista de lo bien que funcionó mi forma de disciplina, decidí seguir practicándola.
Ahora lo hago todo el tiempo. Cada vez que incumple sus tareas, cada vez que se porta renegona o me hace una mala cara, o saca una mala nota en la escuela, debe de pasar un día convertida en mi trusa. Esto ha llegado a ser divertido.
La cosa casi se ha vuelto una costumbre, cada dos o tres días. Tanto, que ya es común que me confunda e incluso cuando está en su forma humana, en vez de llamarla “Griselda”, le llame “Trusa”. He llegado a pensar que tal vez le gusta. Pero cuando parece estarlo haciendo demasiado seguido, me pongo un poco pesado y la trato peor que a una trusa promedio.
Por ejemplo, a veces decido cambiar un poco las reglas, y me la pongo al revés y así la uso todo el día. Es bastante divertido; de esa forma, Griselda tiene que aguantar todo el día con su cara apretada contra mi trasero, mientras mi pene la pasa bastante bien metido entre la raya de sus suaves nalgas.
Sí, sé que tal vez es doloroso e incómodo para ella, pero creo que mis castigos están tan justificados como cualquiera que un padre puede darle a sus hijos. A fin de cuentas, todo es para ayudarla a mejorarse como persona.
Sin embargo, no puedo dejar de preguntarme en las noches, en que duerme conmigo convertida en esa suave tela de algodón cuyo único propósito es cubrir y resguardar el trasero y el pene de un hombre... ¿En verdad mi hermana es mi hermana, una mujer, o es acaso, en el fondo de su alma, una trusa que por alguna razón nació en forma humana?
Mi Hermana, Mi Trusa (My Sister, My Briefs)
by: malom_shlasters | Complete Story | Last updated Sep 22, 2014
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