by: malom_shlasters | Complete Story | Last updated Sep 22, 2014
Spanish version of "The Dreams in the Aunts' House".
Chapter Description: Tengo 20 años y me considero todo un adulto, pero ahora estoy forzado a pasar un fin de semana con mis seis odiosas tÃas paternas. Pero al parecer me tienen preparada una venganza que nunca olvidaré...
Nací dentro de una gran familia; tanto mi madre como mi padre tenían cerca de 7 hermanos cada uno, y yo crecí rodeado por ellos. Claro está, como en todas las familias, uno no se lleva bien con todos, pero con quien yo tenía más problemas era con mis tías. Desde niño he sido siempre muy callado, algo solitario y poco sociable, mientras que ellas eran directas, bromistas, pachangueras y activas.
Mi problema era mayor con mis tías paternas. Ellas constantemente se burlaban de mi timidez y mi falta de amigos, quizás tratando de decirlo en broma, al fin y al cabo éramos familia, pero eso me molestaba. En su presencia casi siempre me sentía enojado, aunque algunas veces lográbamos llevarnos bien.
Con el paso del tiempo me volví un adulto y comencé a pasar menos tiempo con la familia, y desde que me mudé a una ciudad más grande, me libré de mi familia de una vez por todas. Sus vidas me daban igual, y esperaba que ellos pensaran lo mismo de la mía. Ya era un estudiante universitario, con 20 años cumplidos, así que así que imaginé que entenderían que ahora podría recorrer mi propio camino.
Pero un día en mis vacaciones, mis papas me pidieron que visitara la casa de mis tías, ya que toda la familia se reuniría para festejar la vida de mi tía más joven. Yo quería quedarme el menor tiempo posible, llegar a la fiesta e irme al acabar, pero mis papás me reservaron un boleto de avión para un vuelo de salida… ¡7 días antes de la fiesta! Mis papás estaban trabajando, así que llegarían solo dos días antes de la boda, pero ofrecieron pagar mi boleto; y como no quería gastar, tuve que tomar el viaje y prepararme para una emocionante semana completa en compañía de mis tías y primos.
El Sábado por la noche llegué a la casa de mis tías; la casa originalmente era de mi abuela paterna, pero como ella murió (yo nunca la conocí) mis tías la tenían como una especie de cuartel general, para fiestas y reuniones familiares. Todos los domingos, llegaban a la casa con sus hijos, pasaban tiempo entre hermanas, contando chismes, en fin, cosas de mujeres. Y por eso no tenía ganas de pasar tiempo con ellas ni con mis primos.
Cuando llegué, la casa se veía oscura desde fuera, con todas las luces de dentro y fuera apagadas. Intrigado, me acerqué y toque la puerta. Esperé como 10 segundos y nadie salió a abrir. Volví a tocar, pero pasaron otros 5 segundos y nadie abrió. Saqué mi celular y marqué el número de varias de mis tías, pero ninguna contestó.
¿Era la casa equivocada? ¡Para nada! Y se suponía que para esa hora mis tías estarían esperándome. Bueno, tendría que resignarme a pasar la noche en otro lugar, así que me di la vuelta, saqué el teléfono y…
De pronto, detrás de mí se escuchó un ruido de madera quebrándose, y antes de que pudiera reaccionar algo me jaló del cuello de la camisa hacia la casa. Sentí que estaba siendo arrastrado a gran velocidad… y luego todo el lugar donde estaba se cubrió de oscuridad. En tan solo tres segundos, calculé, la cosa me había arrastrado 20 metros. Me senté en el piso tratando de distinguir algo; todo era silencio, pero estaba sumergido en completa oscuridad.
Al tratar de levantarme, me golpeé la cabeza sobre algo que había sobre mí, como una especie de techo. El espacio era estrecho, así que tuve que maniobrar para ponerme en cuatro patas y gatear por el túnel. ¿Qué diablos había pasado? ¿Me había desmayado sin darme cuenta? ¿O me había atropellado y matado un carro? ¿Había quedado ciego? Intenté decir algo, pero tuve la extraña sensación de que nadie me escucharía (o peor aún, que nadie que estuviera feliz de ver me iba a oir), así que me puse a explorar el lugar, tanteando el suelo con las manos, en busca de una posible abertura. Todo era raro, pero a la vez todo era quieto y sereno. Sentí un poco de miedo también, y tardé como cinco minutos en avanzar gateando poco más de tres metros.
Descansé otro minute en el mismo lugar, intentando ver más allá de la oscuridad y encontrar alguna fuente de luz, o al menos encontrar algún ruido que pudiera seguir, pero me fue imposible. Me sentía totalmente desorientado, así que pensé que tendría que seguir gateando hasta dar con la salida. Pero justo al dar el siguiente paso, el suelo se desmoronó bajo mi cuerpo. Caí pesadamente en una cama, perdiendo la conciencia por un tiempo indeterminado. Cuando se me quitó lo mareado, abrí los ojos y vi una luz; Sentí como si alguien me estuviera cargando, y luego oí unas calladas risitas femeninas.
Conforme las siluetas se aclaraban en mi vista, me di cuenta de que estaba en una cama, y había dos mujeres sosteniéndome. Y a mi alrededor estaban mis tías paternas. Lo primero que reconocí fueron sus voces: tenía 6 tías, de entre 36 y 26 años (Clara, Delia, Marta, Eli y Bety, por orden de nacimiento) mientras que la más joven (Lara) tenía 22. Viéndolas desde la posición en que estaba, me parecía que eran gigantes, o eso creí ver.
Al escuchar sus alegres risas, me sentí enojado e irritado; estaba a punto de decirles que se callaran, cuando me di cuenta de mi situación real: Estaba acostado en una cama enorme, siendo con mi tía Clara agarrándome con fuerza por la espalda, y mi tía Marta sosteniendo mis tobillos. Volteé a verlas, sorprendido, y ellas me sonrieron, divertidas, con una callada y desvergonzada sonrisa; tía Clara me abrazó del pecho, mientras mi tía Marta me puso las manos en la cintura. Para mayor sorpresa, tía Marta, con una gran sonrisa en la cara y a punto de reírse, comenzó a bajarme los pantalones, para diversión de todas las demás.
“¡¿Qué creen que hacen?!”, intenté gritar, pero descubrí que había quedado mudo. En ese momento me di cuenta de que me habían quitado los zapatos, así que Marta me quitó los pantalones fácilmente, y los arrojó lejos de mí. Sentí que mi pene se me paraba debajo del calzón, haciéndome sonrojar.
“¡Suficiente!”, quise decirles, de nuevo, pero seguía enmudecido; Forcejeé con tía Clara, tratando de escapar de su abrazo, pero encontré que era mucho más fuerte que yo; bueno, siendo débil y flacucho, ella siempre ha sido más fuerte que yo. Pero esta vez me parecía realmente inmensa, como si yo me hubiera encogido por el miedo o ella se hubiera agrandado.
Ahora todas mis tías podían ver mis trusas, lo que les pareció muy divertido. Empecé a patalear para tratar de que mi tía Marta se alejara de mí, pero no le pude dar ninguna patada, de improviso sentí que la distancia que nos separaba era enorme, y mis pies no se alargaban lo suficiente para llegar. Y a pesar de que me resistí, fue muy fácil para mi tía Clara levantarme la playera y quitármela. Como las manos de mi tía Clara estaban ocupadas con mi camiseta, aproveché para escapar de ella, deslizándome a través de mi playera, pero acabé sentado sobre las piernas de mi tía (que ella tenía cruzadas).
Ahora solo tenía la trusa blanca de algodón y los calcetines puestos, y en lo único en que pensaba era en escapar de esas locas mujeres. Pero en cuanto me arrodillé tratando de levantarme, las manos de tía Clara me tomaron por los tobillos y me hicieron caer sobre la cama; por alguna razón, su mano se enroscó en mi tobillo con tal facilidad que incluso le sobró espacio, y su fuerza era suficiente para arrastrarme como a un muñeco. Ahora estaba boca abajo, con el trasero peligrosamente expuesto.
Con rapidez, tía Marta me abrazó por la cintura, mientras tía Clara me tomó por los muslos, dejándome totalmente inmovilizado, mientras mis otras tías se reían de mí. Sin dejar de reírse, tía Clara me tomó por la trusa con una sola mano, y rápidamente comenzó a bajármela. Para ese momento, mi pito ya estaba bien parado, y sentía la glande saliendo, frotándose contra la tela de algodón, y fue entonces cuando sentí el elástico apretándome, pues mi tía quería quitarme la trusa; inmediatamente, mi escroto se contrajo, y nuevamente sentí empequeñecerme bajo las manos de mis tías.
Intenté doblar mi cuerpo para escapar, sintiéndome vulnerable con mis nalgas al aire y expuestas ante sus ojos; incluso sentía el aliento de mis tías sobre mi trasero, dándome escalofríos y haciendo la piel de mis nalgas ponerse como de gallina. En esos momentos, sentía que me encogía, que trataba de hacerme chiquito para desaparecer o zafarme, pero mi tía seguía apretándome fuerte. Pero cuando traté de ver hacia el frente, me bloquearon la vista los grandes pechos de mi tía Marta. Ella me abrazó, metiendo mi cara entre sus gigantescas tetas, lo que comenzó a asfixiarme. Nuevamente, sentí que mi cuerpo se hundía, que se empequeñecía y desaparecía dentro de sus pechos.
Poniendo toda mi fuerza en ellos, traté de forcejear para que me soltaran, pero en cierto momento, tía Clara me soltó, y la fuerza hizo que la parte de atrás de mi cuerpo saliera lanzada hacia el frente. Mis tías rieron locamente, pues estaba en la cama boca abajo, con el trasero levantado y apuntándo hacia mi tía; para mi desgracia, mi tía seguía agarrándome de la trusas, así que cuando mi cadera salió despedida hacia el frente, la trusa se bajó rápidamente por mis piernas, y ella terminó con mi calzón en la mano, dejándome con el trasero totalmente desnudo. Ahora mis tías no solamente se reían con gusto, sino que aullaban como si estuvieran haciéndome alguna clase de burla sexual.
Estaba totalmente devastado: me había imaginado ya en situaciones terriblemente embarazosas con mis tías, pero nada comparado a lo de ahora, siendo totalmente desnudado por mis tías, y ahora completamente desnudo a excepción de mis calcetines blancos, Tenía la cara sumergida en las chichis de mi tía Marta, y mis nalgas desnudas apuntaban directamente hacia mi tía Clara.
Tras un par de segundos, mi tía Clara, acercó su mano a mi culo; sonriéndose, me tentó la raya con las puntas de los dedos, apretando mis nalguitas y haciéndolas rebotar. Todavía riéndose, me dio una nalgada sobre la raya, que me hizo vibrar, y luego se levantó; se me puso la carne de gallina, y sentí mi anito y toda la zona alrededor de éste encogerse por el frío. Mi tía Marta me había soltado también, así que ahora podía respirar libre al fin. Me tomó algunos segundos recobrarme; estaba acostado boca abajo en la cama, tratando de cubrirme mis vergüenzas, pero tras un rato de escuchar las risas y murmullos de mis tías, me atreví a verlas a la cara.
Cuando alcé mi vista de la cama, allí estaban mis seis tías paradas frente a mí, con los brazos cruzados y las piernas separados, viéndome desde arriba, sonriendo con una expresión seria pero complacida. La mayoría de ellas traían vestidos tipo ejecutivo, medias y zapatos de tacón (aunque Marta y Lara vestían playeras y pantalón de mezclilla, con zapato normal). Repito, se veían enormes. En cuanto a mí, a la vez estaba nervioso y asustado, intrigado por su extraño comportamiento.
“Hola, sobrino”, dijo mi tía Bety. Su expresión me dejó helado; todas se veían muy confiadas y mandonas, haciéndome sentir que no podía quejarme ni decir nada sobre la forma en que me trataron.
Mi tía Marta dio un paso al frente. La tía Marta era quizás la más grosera y descarada de todas mis tías; le encantaba hacerme bromas y trampas, y luego burlarse de mí. También era un poco paranoica.
“Qué bueno que viniste”, dijo sonriendo, “¿Te gustó el recibimiento?”.
¿Qué podia decir? Creo que nada. ¿Qué planeaban hacerme estas locas?
Luego de esto, Eli, la más seria y callada de mis tías (y con la que me llevó mejor) dio un paso al frente, aún con los brazos cruzados.
“Nos tenías muy abandonadas”, dijo, “¿No te has acordado de nosotras en todos estos años?”
Y luego la mayor, mi tía Clara, dio un paso al frente. Era la más práctica de todas las hermanas, aunque también la más ignorante, ya que nada parecía interesarle salvo las fiestas y reuniones; ella no tenía mucho sentido del humor que digamos, pero le encantaba hablar y reír hasta por los codos. Como todas mis tías, tenía la piel morena clara, y pelo café. Aunque era la más vieja, no se veía tan acabada; era bajita y gordita, con ojos grandes y expresivos.
Acabó la charla de bienvenida diciendo:
“Te estuvimos extrañando, pero ahora te vamos a tratar como mereces”.
Ahora estaba seguro de lo que pasaba: querían vengarse de mí de una vez por todas. Me sentí perdido de tan solo ver cómo me miraban, y también nervioso, pero cuando mis tías empezaron a rodearme, su actitud no fue realmente muy intimidante. Se acercaban a mí como si yo fuera un perrito, seguros de que no podría hacer nada en contra de su poder. Sentí que algo en mí comenzaba a cambiar… sentía encogerme, como si quisiera desaparecer justo en ese momento.
Varias de mis tías se arrodillaron en la cama y gatearon sobre ella; en ese momento, me di cuenta de que la cama me parecía todavía más grande que antes, y que yo era más débil, que era sólo un punto en el centro, mientras ellas gateaban alrededor mío. No pude reaccionar cuando mi tía Delia me tomó de las caderas y me levantó con tal facilidad como si estuviera levantando a una niña.
Quizás fue porque Delia era la más gorda de mis tías: es realmente obesa, y al igual que Clara, tiene el pelo corto y rizado. Delia me depositó en el regazo de tía Clara, que se había sentado en la cama. Tía Clara rodeó mi cintura con uno de sus brazos, cuyo grosor sobrepasaba por mucho al de mi cuerpo, y riendo comenzó a nalguearme con la mano abierta, mientras mis otras tías reían a carcajadas. Luego de dos nalgadas no muy Fuertes, acepté que no sería capaz de escapar y dejé de intentarlo: ya era todo suyo. Pronto las otras hermanas se unieron al nalgueo, dándome varias palmadas en mi desnudo y frágil trasero, mientras se sentaban todas en la cama, riendo y bromeando. Sus bromas eran muy humillantes:
“Nunca tuviste las nalgas muy paradas, sobrino”
“Los hombrecitos deben aguantar todo lo que venga de las mujeres”
“¿Tú mamá no te pegó nalgadas cuando eras niño?”
Y más cosas por el estilo.
Cada broma que me hacían y cada nalgada que me pegaban, sentía que mi trasero se volvía más blandito, y que yo mismo me encogía entre los brazos de mis tías. A pesar de todo, sus nalgadas no eran muy fuertes, y parecían esforzarse más en sonreír y palmearme el trasero lo más ruidosamente, en vez de tratar de lastimarme; algunas veces, posaban las manos en las nalgas y se ponían a acariciarme, entre risas y chiflidos, para después pegarme con ambas palmas haciendo temblar mis pobres pompitas. Cada palmada, me sentía más y más pequeño, y las veía a ellas más y más grandes. Luego de un rato, fueron tantas nalgadas que ya tenía las pompis rojas y punzantes, y tuve que agitar las piernas para soportar el dolor de cada golpe de sus manos en mi trasero. Para ese tiempo, mis tías ya estaban más calmadas que divertidas, y pronto se acabó el nalgueo.
“Bien, creo que ya fue suficiente”, dijo mi tía Clara, sujetándome las pompas con su fina mano. “¿Cómo estás ahora?”, me preguntó directamente, con una sonrisa y los ojos bien abiertos.
“Me duele”, fue lo único que pude decir; su expresión me había dejado sin aliento.
“Okey”, me dijo, “listo”, terminó, pegándome una rápida nalgada en el fundillo, como diciéndome que me levantara. Por supuesto que no pude, pero gateé para quitarme de su regazo, probablemente separando las nalgas lo suficiente para que ellas pudieran ver el hoyito entre mis pompis, aunque nadie dijo nada y se limitaron a reírse entre dientes.
Estaba por bajarme de la cama, cuando tía Marta me agarró de la cintura otra vez: “¡Épale, épale!” me dijo, “¿Pa dónde crees que vas?”
Tía Marta me cargó fácilmente, llevándome lejos de la cama. Me sentí humillado de ser cargado por una mujer adulta como ella, pero en comparación a las nalgadas de antes, que todavía me dolían, me sentía en el cielo. En sus brazos pude observar la habitación completa: era un cuarto grande, casi como una sala, con tres o más camas colocadas lado a lado, una tele sobre un mueble, muchas sillas, un centro de mesa y un par de sillones. El piso estaba cubierto por una alfombra gris. También vi una Camilla para cambiar pañales, quizás para los niños de tía Eli, pero no vi ningún niño cerca.
Mi tía Marta se sentó en una silla con brazos, y me sentó sobre sus piernas, abrazándome por la cintura.
“Se me olvidaba”, dijo, llevando sus manos hacia mis tobillos, y luego me quitó los calcetines y los arrojó por allí. Sus hermanas la siguieron y se sentaron en los sillones para platicar, prestándome poca o ninguna atención.
Me sentía bastante avergonzado estando cautivo de una de mis tías, pero pensándolo bien la situación no era tan mala. Al menos ahora no se burlaban de mí. Me tenían bichi, sin ninguna ropa, pero no era tan malo como el nalgueo que me dieron. Mis tías seguían chismeando y bromeando, ya saben, plática sobre familias, personas, maridos y esas tonterías. No tenía planeado pasar el tiempo con ellas, pero sabía que ya no había ocasión de rebelarme, o me darían otro castigo, así que decidí quitarle importancia.
Pero luego de algunos minutos me di cuenta de lo absurdo de mi situación: era un chico de 20 años, desnudo y sentado en el regazo de su tía de 33 años. ¡Qué ridículo me vería! ¡Qué vergüenza que alguien me viera así! Y aún así, nadie parecía darle importancia.
“Qué digo?”, comencé a reflexionar. ¿Cómo podía ser humillante, si a ninguna de mis tías le importaba? Pero cuando pensaba en mi posición de nuevo, me percaté de algo más: ¿Si estaba reclinado, cómo era que mi cabeza quedaba en medio de los pechos de tía Marta? ¡Marta siempre ha sido una mujer bajita, y yo un muchacho flacucho y alto!
¿¿Qué estaba pasando?? Cuando empecé a temblar, ansioso y perturbado, mi tía se dio cuenta y se volteó hacia mí, acariciando mi mejilla con una gran sonrisa. Conforme se inclinaba, nada más pude ver sus gruesos labios sonriéndome, y sus aretes colgando de sus orejas sobre mí. ¿¿Qué me estaba pasando?? Más allá, podía alcanzar a ver un espejo sobre un escritorio. Estiré el cuello para verme refIejado… pero lo que vi en el espejo no era yo… ¿O pudiera ser que sí? ¿Una foto mía de cuando era más joven? ¡Porque se veía como de un niño de 12 años! Miré mis brazos: se habían vuelto más delgados, mi cuerpo era más bajito además; al verme desnudo, casi no tenía pelitos. Tal vez, esa sensación de pequeñez que me llenaba durante su bienvenida, había sido realmente cierta… ¿Pero cómo?
¿Eran estas de verdad mis tías, o las habían reemplazados unas hechiceras? ¡¿Qué me habían hecho?! Estaba muy confundido, mientras todas mis tías estaban sentadas alrededor, sonriendo tranquilas y conversando sin percatarse de mi gran problema.
CONTINUARÁ
Mis TÃas las Brujitas
by: malom_shlasters | Complete Story | Last updated Sep 22, 2014
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